Retrato del templo que arde
Retrato del templo que arde Por Jonathan Muñoz Ovalle El cuerpo, esa obra maestra esculpida por la vida misma, se erige como un templo sagrado donde cada rincón cuenta una historia y cada curva invita a ser explorada. Imagina la piel como un lienzo delicado, una superficie que capta el roce de la brisa y el calor del sol. Cada poro respira, cada célula vibra en un baile sutil que conecta lo físico con lo espiritual, creando un espacio donde el placer y la sensualidad florecen en su máxima expresión. Al entrar en este templo, los sentidos despiertan con intensidad. El aroma de la piel, ese dulce perfume de humanidad, se mezcla con la fragancia de aceites esenciales que acarician el aire. Cerrar los ojos es abrir las puertas a un mundo donde el tacto se convierte en un lenguaje; las yemas de los dedos recorren suavemente la piel, explorando texturas y descubriendo secretos ocultos. La calidez de una mano puede encender fuegos internos, recordándonos que el cuerpo es más que carne y hueso